A lo largo de nuestra vida son muchos los sentimientos y las sensaciones que llegan a embargarnos. El amor, el odio, la ira, la alegría, la tristeza, la culpa y un largo etcétera innecesario de enumerar.
En algunos momentos puntuales, estos sentimientos se agudizan debido a las circustancias que puedas atravesar. El ejemplo de una enfermedad puede ser el más claro. En este caso el sentimiento de culpa está muy presente en nuestro día a día. Este sentimiento aflora cada vez que veo a la persona que me cuida, mi mujer, llevarse las manos a la espalda con cara de dolor después de realizar algún esfuerzo, como levantarme, acostarme, vestirme, etc... Ella nunca se queja, se que no quiere causarme dolor, pero si algo tiene esta enfermedad es que no te nubla la razón ni la visión. Y aunque sabes que no eres el culpable es inevitable sentirte así.
Cuando veo a mi niña de 4 años que se me acerca y me dice choca papá y no puedo levantar el brazo y entonces ella me lo levanta y me choca su manita, entonces me invade una gran pena y llego a sentirme culpable de nuevo por no poder jugar con ella como hacía con los mayores.

Cuando veo a mi mujer o a mis hijos mientras me cuidan, cuando salimos y siento mis limitaciones. En fin, son tantos momentos, y cuando tienes niños pequeños con los que querrías hacer tantas cosas o cuando mi mujer aprovecha el momento en que te levanta para darme un abrazo y siento mis brazos colgando a los lados sin poder corresponderle por más que lo intento, pero mis brazos no responden, inevitablemente las lágrimas acuden acompañando al sentimiento de tristeza, pero intento contenerlas, no quiero llorar, intento sonreír. Es lo que ellas merecen, porque están a mi alrededor preocupándose por mí y transformando esa tristeza en alegría y felicidad.
Por eso y por todas estas personas, sigo luchando por ser feliz por mantener esa alegría, a pesar de mi torpeza, y por verlos a todos sonreír.